miércoles, 20 de marzo de 2013

Autodestrucción.


Tal vez hoy sea la última noche que pase
entre tu tinta y tu dulce melodía de poesía.
Tal vez no nos encontremos en mucho tiempo,
o tal vez te encuentre mañana. No se.
No se cuando volveré a balancearme en tus estrofas,
no se cuando volverás a acunarme,
no se cuando me volverás a ver ni cuando te volveré a sentir.
No se si me reconfortarás, ni siquiera si me hundirás,
no lo se poesía mía.
Eres causante de mis efímeras sonrisas
y de mis eternas lágrimas.
Apareces cuando menos te busco
y te marchas cuando más te necesito.
¿Por qué poesía mía? ¿Por qué te alejas ahora?
¿Por qué viniste? ¿Por qué me buscaste?
¿Por qué me encontraste? ¿Por qué?
Ahora me dejas al abandono y a la intemperie,
como único abrigo el frío de esta gélida noche,
como único amigo este sentimiento de soledad
que transpira por mis ocho costados
y sin hálito alguno, sin respiración.
Ni siquiera sale vaho cuando soplo en la madrugada.
Te has marchado.
Pero amo tus engaños.
Te has marchado con la fortaleza, las dos agarradas de la mano
y riéndoos de mi a la cara.
Sin esconderos. Y estáis volando juntas joder.
Este refugio se queda vacío, los cuadros que adornan sus paredes
están repletos de mentiras que una a una me miran
con mirada fija y una malvada sonrisa.
Vuelven a reirse de mi, porque otra vez caí en sus rejas,
otra vez me veo atrapada en sus trampas,
otra vez vuelven a ser mis compañeras,
eternas e inmortales compañeras.
Y allí a lo lejos también están las estrellas
en su maternal firmamento charlando con la luna,
burlándose de mi al ver como de nuevo caí.
Y, ¿qué es lo que queda? ¿ Acaso queda algo?
Únicamente escucho risas, carcajadas que van dirigidas a mí.
Los atardeceres se han convertido en noches frías de invierno,
las estrellas se convirtieron en farolas,
la luna pasó a ser el mechero falto de gas y ¿tú?
¿ Tú en qué te has convertido?
Me preguntarás que por qué me autodestruyo
y es que a veces el dolor es mi única compañía,
es el único que todavía no me abandona,
el hijo de puta que siempre ha estado ahí,
el que no se marcha ni aunque le eche a gritos,
ofreciéndole malas palabras y enseñándole
la más fatídica fiera de mi ser.
Pero no se va.
Permanece.
Duerme conmigo todas las noches
y al despertar ahí está,
despierto
y también riéndose de mí.
No he logrado echarle y temo que no lo logre nunca.
Temo que me acompañe hasta el final de mis días.
Le temo a él y a todos sus amigos.
Pero es un miedo con el que ya
me he acostumbrado a vivir,
ya incluso me cuenta el miedo que le causo yo.
Le provoco pánico, pavor.
¿Cómo voy a producirte eso si tú eres el miedo?
¿Si tú eres el que vive en mí?
Pero es lo que dice.
El miedo me tiene miedo.
Irónico.
No aguanta los sollozos nocturnos
ni la voz rajada, quebrada.
No soporta ver mi cuerpo abandonado, andrajoso.
Le atemora verme en el más negro fango,
hundiéndome lentamente, haciéndonos uno.
Le dan pánico los fantasmas que me acompañan,
las bestias, las enormes bestias de cuerpo deforme,
de cara desdibujada.
Y corre.
Corre a esconderse de este fatídico ser que soy yo.
Pero la puerta está cerrada.
Sólo encuentra una esquina en la que sentirse a salvo,
donde yo no le vea.
Pero no logro entender por qué el miedo me tiene miedo.
Aprendí demasiado rápido de él.
Me comí su terreno, le desterré, usurpé su lugar.
Y ahora el miedo ya no es miedo.
Sigo en esta autodestrucción a la cual podría llamar biografía,
o tal vez vida, o rutina.
Callejón sin salida.
Autodestrucción, aquí te dejo,
podrida, a la sombra de una rima.
( Pero mañana volveré a joderme, asíque tranquila. )

No hay comentarios:

Publicar un comentario