Son estas ganas tan desmesuradas de escribir de todo, de
nada a la vez, de vida y también de muerte, de felicidad y también de
nostalgia.
Son estos los sentimientos que ocupan cada día mi flaco ser,
rodeado de tinieblas pero también de arco-iris , son los que me hacen despertar
pero también los que se empeñan en hacerme vomitar. Vomitar todos aquellos
deseos, todas aquellas palabras, todos aquellos versos.
Pero sólo es el vacío el que se queda dentro de mi tísico
ser, engordándome de nostalgia y de ganas de vivir.
Ver a los pájaros volar ya no me produce envidia, ver su
libertad me produce dolor pero alegría por ellos, mas no puedo dejar caer una
enorme lágrima. Tienen el cielo a su entera disposición, y yo ¿qué tengo?
Cuatro paredes, un cenicero lleno de recuerdos, un papel que
conoce todas mis dudas, todos mis logros y sobre todo , todos mis fracasos.
Las mejillas están hartas de que las empape, y la sonrisa
espera estirarse cada día, el corazón anhela el latir y mis oídos extrañan
música que les haga revivir.
Los acordes están celosos del silencio, pues me paso más
tiempo con é que tocando sus dulces cuerdas, soplando por su boquilla de madera.
El papel cada día acaba más destrozado, lleno de tachones,
comparándose con mi ser. Me pregunta que por qué le trato así, pero no halla
respuesta alguna, sólo son estos ojos vacíos y sin brillo los que le piden
perdón.
La pluma acaba sin tinta, pero no se siente orgullosa de su
trabajo, me pregunta qué es lo que he hecho mal, mas sólo son estas manos
rígidas las que le piden clemencia.
Las cuatro paredes tratan de acogerme y ofrecerme un cálido
hogar, pero es la palabra hogar la que borré de mi diccionario personal.
Y vuelven los pájaros, me agarran de los brazos para que
alce el vuelo con ellos, pero no pueden, no son capaces de cargar con este
alma, las tinieblas pesan demasiado y los fantasmas vienen detrás. Insisten,
pero voy cayendo, y caigo y caigo al más profundo glaciar llamado hogar, frío,
gélido , vacío, tal y como yo lo recordaba.
No ha cambiado nada y ahora echo de menos esas cuatro
paredes.
A lo lejos vuelvo a ver a los pájaros emprender el vuelo,
pero estoy demasiado lejos y aquí me quedo, en este oscuro habitáculo al cual
no llamo hogar, pues no es tan frío pero casi. Al menos estas paredes me
conocen y aunque la pluma esté seca y no haya papel donde escribir, me queda el
consuelo de descansar junto al vacío, que parece ser se ha hecho ya amigo mío.
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