miércoles, 6 de marzo de 2013

Anoréxico ser.


Son estas ganas tan desmesuradas de escribir de todo, de nada a la vez, de vida y también de muerte, de felicidad y también de nostalgia.
Son estos los sentimientos que ocupan cada día mi flaco ser, rodeado de tinieblas pero también de arco-iris , son los que me hacen despertar pero también los que se empeñan en hacerme vomitar. Vomitar todos aquellos deseos, todas aquellas palabras, todos aquellos versos.
Pero sólo es el vacío el que se queda dentro de mi tísico ser, engordándome de nostalgia y de ganas de vivir.
Ver a los pájaros volar ya no me produce envidia, ver su libertad me produce dolor pero alegría por ellos, mas no puedo dejar caer una enorme lágrima. Tienen el cielo a su entera disposición, y yo ¿qué tengo?
Cuatro paredes, un cenicero lleno de recuerdos, un papel que conoce todas mis dudas, todos mis logros y sobre todo , todos mis fracasos.
Las mejillas están hartas de que las empape, y la sonrisa espera estirarse cada día, el corazón anhela el latir y mis oídos extrañan música que les haga revivir.
Los acordes están celosos del silencio, pues me paso más tiempo con é que tocando sus dulces cuerdas, soplando por su boquilla de madera.
El papel cada día acaba más destrozado, lleno de tachones, comparándose con mi ser. Me pregunta que por qué le trato así, pero no halla respuesta alguna, sólo son estos ojos vacíos y sin brillo los que le piden perdón.
La pluma acaba sin tinta, pero no se siente orgullosa de su trabajo, me pregunta qué es lo que he hecho mal, mas sólo son estas manos rígidas las que le piden clemencia.
Las cuatro paredes tratan de acogerme y ofrecerme un cálido hogar, pero es la palabra hogar la que borré de mi diccionario personal.
Y vuelven los pájaros, me agarran de los brazos para que alce el vuelo con ellos, pero no pueden, no son capaces de cargar con este alma, las tinieblas pesan demasiado y los fantasmas vienen detrás. Insisten, pero voy cayendo, y caigo y caigo al más profundo glaciar llamado hogar, frío, gélido , vacío, tal y como yo lo recordaba.
No ha cambiado nada y ahora echo de menos esas cuatro paredes.
A lo lejos vuelvo a ver a los pájaros emprender el vuelo, pero estoy demasiado lejos y aquí me quedo, en este oscuro habitáculo al cual no llamo hogar, pues no es tan frío pero casi. Al menos estas paredes me conocen y aunque la pluma esté seca y no haya papel donde escribir, me queda el consuelo de descansar junto al vacío, que parece ser se ha hecho ya amigo mío.  

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